miércoles, 31 de octubre de 2007

El retorno


Próximamente, en sus pantallas...

Londorondon 2: el retorno.

Segunda parte de mis peripecias en Londres. Segundas partes nunca fueron buenas... o quizás peores... pero vuelvo a Londres... si me conceden la estancia.
Permanezcan atentos a la fecha del estreno.
Ha empezado la cuenta atrás.

martes, 7 de agosto de 2007

Arquitectura de la memoria: construir los recuerdos para no olvidar


Creo que hoy es el último día que voy a escribir en el blog, por lo menos en lo que se refiere a la experiencia londinense. El blog Londorondon nació con la intención de servir de puente entre vosotros y mis pensamientos, una especie de diario abierto en el que pretendía contaros mis ideas acerca de Londres y lo que me estaba pasando por aquí.
Por mucho nombre raro que se le quiera poner un blog es lo mismo que un diario, sólo que adaptado a las nuevas tecnologías que la modernidad nos ofrece. Se podría pensar que el diario se diferencia del blog en que es más íntimo, ya que el segundo está expuesto en el ciberespacio para ser leído por cualquiera. Sin embargo, en el fondo, diario y blog siempre están hechos para ser leídos por “otro”.
Yo escribí en Londorondon para que, por un lado, lo leyerais vos-otros. Pero, por otro lado, y ahora viene el intringulis del asunto, hay un “otro” para el que también está destinado el blog. Bueno, casi diría que es el único al que está destinado: ese “otro” soy “yo”. Soy “yo” convertido en un “otro”, aquel al que en su génesis se pensaba que debía estar destinado el diario. No es que me haya convertido en alguien diferente tipo Dr. Jekyll y Mr Hyde, con una doble personalidad, sino que el diario/blog cobra pleno sentido en el momento en que soy diferente a aquel que empezó a escribirlo... y es a mí a quién le corresponde volver a leerlo. De esta manera, los hechos que yo he considerado relevantes de ser contados, al ser re-leídos ahora, cumplen una función memorística. El escribir un diario, el tomar nota de acontecimientos importantes, no tiene otro sentido que el de saber que en un futuro más o menos cercano deben de ser actualizados. Al releer el diario/blog en el presente los hechos pasados “saltan” a través del tiempo al momento actual.
El diario/blog actúa, de este modo, como un espacio para la memoria. Desde la antigüedad se ha considerado que la memoria tenía forma de edificio, en el que las diferentes habitaciones debían de ser destinadas para colocar en ellas los conceptos que se quería recordar. Distribuyendo los conceptos por habitaciones, cuando uno quería recordar, bastaba con hacerse una composición de lugar de la casa e ir recorriendo las estancias que uno había rellenado y re-construir aquello que pretendía ser evocado.
Hoy en día la modernidad nos ofrece otros edificios a partir de los cuáles trabajar con la memoria. Aunque en realidad no somos tan modernos como puede parecer porque por mucho blog, internet o fotografías digitales que utilicemos, la esencia de la memoria sigue siendo un espacio arquitectónico. Aunque utilicemos herramientas ultramodernas, el resultado sigue siendo una arquitectura de la memoria.
Cuando se trata de memoria y olvido entra en juego un componente indispensable, el tiempo. El objetivo de la memoria es vencer el paso del tiempo evitando que las cosas relevantes caigan en el olvido. Para ello también es necesario “espacializar” el tiempo, construir un edificio en el que distribuir los hechos temporales y tenerlos localizados. No en vano el año está distribuido en meses, semanas y días que nos ayudan a “colocar” un acontecimiento. La memoria trabaja mejor si sabe que tal habitación está antes o después que esta otra estancia. La memoria, de esta manera, re-construye una arquitectura en el que la distribución de sucesos en habitaciones separadas por el discurrir del tiempo ayudan a que no caigan en el olvido.
El blog es una arquitectura de la memoria. Cada uno de los “post” puede ser entendido como una de esas habitaciones que “el otro yo que soy yo ahora” recorre para re-construir la experiencia del pasado. Habitaciones que, por otro lado, están distribuidas en el tiempo, con su fecha de creación, para que quede claro la hora y minuto exacto en el que se escribieron. Londorondon se convierte en mi arquitectura de la memoria, en la casa que mi memoria ha “construido” para que hoy o mañana “reconstruya” mi pasado en Londres.
Pero el diario/blog cuenta con un gran ayudante para saltar el tiempo: la fotografía. Junto a la redacción de un diario, la captura de imágenes de los sitios que se visitan en un viaje son el testimonio que se necesita para dar fe que se ha estado en tal sitio. La imperiosa necesidad de hacerse fotos en los destinos a los que vamos tiene como única función el demostrarnos el día de mañana que hemos estado allí. Si no salimos es como si no hubiéramos estado. Parece como si “el otro yo que ahora mira las fotos” necesita de ese resorte para recordar donde ha estado. El verse en tal sitio sería el trampolín que la memoria necesita para saltar el tiempo y actualizar una experiencia del pasado en el presente desde el que se recuerda. Y las fotos también tienen su arquitectura de la memoria. Antes se “construían” álbumes de fotos en los que primaba el sentido cronológico la mayoría de las veces. Ver un álbum de fotos de un viaje que hemos hecho supone, por ejemplo, re-construir lo que pasó. El álbum de fotos es un espacio en definitiva. Un espacio simple, nada virtuoso en arquitectura, pero el espacio que la memoria necesita para transitar. Cada página es una de esas estancias que la memoria necesita para re-construir la experiencia. La experiencia memorística tiene más peso por el hecho de que aparecemos en las fotos. En ese reconocernos vemos al “yo que éramos” desde el “otro yo que soy ahora”: juego especular en el que necesitamos la semejanza, reconocernos, para recordar. Necesitamos “vernos” en fotografía, en un futuro, para no olvidar.
Lo mismo pasa con la fotografía digital a la hora de construir la memoria. Los programas de presentación de fotografías que se pueden utilizar en un ordenador siguen basándose en una concepción espacial de la memoria. Tal carpeta en la que descargamos las fotos se incluye, a su vez, en otras carpetas en un proceso que, sin darnos cuenta, es como si se trabajara en un espacio. Organizamos las carpetas del ordenador como si fuera una librería: sabemos donde “entrar” para buscar tal imagen, “subir” a tal carpeta... o abrir varias Windows desde la casa de la memoria.
Supongo que el día que vuelva a ver las fotos, las enseñe, o me dedique a releer el blog, mi memoria construirá la casa de Londorondon.

sábado, 14 de julio de 2007

El interprete


Como me he dado cuenta que solo escribo cosas extrañas y profundas, voy a incluir hoy algo diferente... espero que más divertido que contaros las inquietudes que me provoca la ciudad... que ya estaréis hartos.
El otro día me buscaron en el Warburg para hacer de intérprete o traductor. Yo estaba trabajando en la primera planta de la biblioteca, consultando un libro que me interesaba para la tesis. Cómo tampoco era algo muy importante decidí que, en lugar de fotocopiar las cerca de 50 páginas que quería, sería mejor fotografiarlas con la cámara digital para luego poder imprimirlas en Valencia. Eso que me ahorraba en dinero.
Para ello me fui a una mesa que está en una esquina de la biblioteca, frente a una ventana que da a una calle por la que entra bastante luz. Y allí estaba yo encuadrando el papel para que se viera bien y todo eso. En eso que, cuando llevaba la mitad de las fotografías que quería, veo que detrás mía está Jonathan, uno de los que trabaja en el Warburg, en la biblioteca y el servicio de informática. Es un tipo curioso, rubito, de piel blanca, bien vestido. Me llama la atención cuando le veo andar. Parece que se balancea de un lado a otro con un ritmo lento pero hipnótico.
Yo lo primero que pensé es que me iba a decir algo por estar haciendo fotos a los libros. En realidad, todo el mundo lo hace, con lo que también pensé que le podía responder eso si me prohibía hacer fotos. Pero no, me buscaba para hacer de intérprete con un español que ese día había ido al Warburg. La verdad es que me extrañó que recurriera a mí... porque sólo hablé con Jonathan el primer día para que me explicara como trabajar con la red wireless del instituto. Pero se acordaba de mi... y lo mejor... el muy iluso confiaba en mi inglés!!!
El caso es que habían recurrido a mi para saber que quería ese hombre. El señor, de unos 50 años, respondía claramente al estereotipo más castizo y español que podéis pensar. Casi diría que pasaba por una agricultor... o por Fernando Esteso en una película de los sesenta. Tenía la piel muy morena, bastante cuarteada por el sol... y estaba pésimamente afeitado, con una barba canosa de dos días. El peor detalle es que llevaba unos folios en una bolsa de supermercado!!! Odio la gente que guarda apuntes y folios en bolsas de la compra y las lleva cerradas con un nudo... como si fuera la merienda!!! Es que me da mucha rabia!!!
Bueno, Jonathan me pidió si podía decirle lo que el hombre pretendía en el Warburg. El señor me explicó que quería saber si los libros que había escrito estaban en la biblioteca del instituto, porque antes había escrito su nombre en el buscador de los ordenadores y no salía nada. Y estaba indignado. Hecho un asterisco. Todo esto hablando a grito pelado en la biblioteca, que cómo que no tenían sus libros ni las separatas de sus artículos. Mientras Jonathan intentaba hacerle bajar la voz por señas yo intentaba entender para que había venido este hombre a Londres con una bolsa de la compra en la mano. Decía que era investigador y que sus publicaciones no aparecían. A mí me cayó mal desde el principio porque se las daba de interesante. Además me hablaba como si yo trabajara allí: “¿no tenéis mi libro?, pues aprended de Roma, que allí si que los tienen!”
Yo le traduje a Jonathan, como pude, que el señor no “se encontraba” en el catálogo de la biblioteca. Jonathan me pedía que le preguntara algunas cosas mientras el tío divagaba mirando al infinito que en la Academia de San Lucas de Roma si que tenían sus artículos y libros. Cómo si los santos tuvieran algo que decir en todo esto. Yo intentaba traducir y sobre todo entender que quería ese hombre... ¿quería ver sus libros en la biblioteca?, ¿quería aparentar algo? Entonces vino mi perdición porque mis ojos se fijaron en ciertos pelillos canosos que asomaban de su nariz. No pude apartar la vista de esos pelos en toda la conversación. Mi cabeza intentaba traducir a Jonathan algo imposible de saber... ¿a qué había venido ese hombre? Pero mis ojos se sentían atraídos por lo que asomaba de esa nariz castellana... no los podía apartar. Es cómo cuando hablas con alguien que tiene un moco en la nariz... que no puedes quitar la vista de él!!!!
En fin, que al final, después de media hora de repetir las mismas preguntas, el hombre quedó en mandar sus libros al instituto. Eran ya las cuatro de la tarde y me dice: “Bueno, dile al chico ese (Jonathan) que me acompañe a la puerta y que me diga donde puedo comer.”

viernes, 13 de julio de 2007

Unheimlich


Uno de los temas que más me han preocupado desde que he venido a Londres ha sido el saber por qué muchos días no estoy a gusto en la ciudad. Desde el primer día que llegué percibí que este sitio no era para mi. No es que no me guste Londres o el tipo de vida de aquí, sino que hay “algo” como flotando en el ambiente que me genera, a veces, una cierta ansiedad y angustia.
Y creo que ya he dado con la respuesta: que me parece que la ciudad nunca se acaba.
Muchas veces me siento como que estoy en medio de un laberinto gigantesco del que nunca voy a salir. De hecho, “saldré” por el aire, no atravesaré las supuestas fronteras o puertas de la ciudad ni encontraré la salida del laberinto.
Pero es que, además, en todos los mapas que utilizo tampoco aparece el fin de la ciudad. La imagen que muestran de Londres es como una porción o retal de otro mapa que nadie ve ni conoce... ni sabemos si existe. ¿Acaso Londres no tiene fin? Ni siquiera en Google Earth consigo atrapar la forma que tiene desde el aire.
Por otro lado, Londres se extiende a lo ancho de un modo abrumante de manera que no llego a ver, literalmente, donde se acaba... por mucho que me mueva. El no controlar el límite de la ciudad, conocer los confines de la urbe, es lo que creo que me provoca una cierta pesadumbre. Y es que me llego a sentir atrapado en un espacio urbano que se me antoja infinito e interminable, como esas imágenes que se producen cuando juegas y enfrentas varios espejos que crean un efecto óptico de multiplicación del espacio (en las peluquerías pasa a menudo... de pequeño me fascinaba mucho ese efecto cuando iba a cortarme el pelo).
Precisamente en esa repetición interminable es donde puede residir el carácter terrorífico y angustioso de Londres. Freud utilizaba el término “unheimlich” para referirse, entre otras cosas, al sentimiento de miedo y opresión que se llega a sentir en ciertas situaciones de repetición que convierten a algo familiar en ominoso. En este sentido, la sucesión interminable de calles, tremendamente parecidas, convierten un tranquilo paseo en un momento “unheimlich” en el que la repetición de lo igual (las calles) provoca que amanezca el sol negro de la melancolía

miércoles, 4 de julio de 2007

Hyde Park Football Cup



En una canción muy popular de los años 70, Rita Pavone preguntaba a su marido que por qué los domingos por la tarde le abandonaba por el fútbol. Pues esa es mi banda sonora los sunday evenings!!! Y me parece que me la canta Londres. El partido de football (o soccer) los domingos en Hyde Park se ha convertido en mi mejor antídoto contra una Londresfobia que se apodera de mi en intervalos cada vez más cortos. Estas semanas han sido difíciles. Hace un tiempo horrible, con algo de frío y lluvias torrenciales (de pocos minutos, pero potentes), por lo que el rato que paso corriendo detrás del balón me ayuda a ver la cara más positiva de mi estancia en la city.
El partido de la semana pasada lo recuerdo con cierto aprecio... porque llovía. Cuando hace sol suele venir mucha gente de la residencia a jugar, hasta el punto que tenemos que hacer hasta cuatro equipos y nos vamos turnando (con los problemas que eso supone para recordar los nombres de todos). Pero cuando llueve o hace mal tiempo sólo nos acercamos los valientes. Había llovido mucho por la mañana pero al mediodía cambió a una ligera “ducha” que apenas te mojaba. Fuimos los justos para hacer dos equipos de 7 contra 7. La hierba estaba húmeda y el barro algo resbaladizo, pero con mis flamantes botas giraba mejor que Beckenbauer... o eso me imaginaba yo.
El caso es que disfrute jugando ese día. La lluvia iba y venía mientras nosotros ejecutábamos un desincronizado ballet detrás del balón sobre un Hyde Park en completo silencio. Como nota curiosa, decir que me lleve dos balonazos en la cara. En el primero las gafas volaron en una parabólica interminable. Pero por suerte no les pasó nada. El segundo creo que fue peor porque medio de pleno en toda la oreja: me dolió un rato largo. Además me dieron otros balonazos en el cuerpo (ese día me interponía en la trayectoria del balón en todo momento) que contribuyeron a hacer más épico el partido porque me mancharon la camiseta de barro.
A medida que avanzó la tarde se puso a llover más. Estábamos empatados y decidimos seguir jugando hasta que uno de los equipos marcara. Gol y victoria: el temido gol de oro. Apenas veia porque tenía los cristales llenos de gotas de agua. Si intentaba limpiarlos era peor porque la camiseta estaba tan empapada que sólo conseguía dejarlas empañadas. Cuando ya notaba que las botas y las medias (si, juego con medias, azul oscuro, a juego con el pantalón) me pesaban más de lo normal decidimos parar. Era imposible seguir!! Empate. Nos dimos todos la mano y nos volvimos a la residencia.

jueves, 28 de junio de 2007

Viviendo el espacio (o breve compendio de como estar cerca y lejos al mismo tiempo)


En cierto modo me fascina el concepto de espacio que se "vive" en Londres. Ya he dicho en más de una ocasión que la ciudad es muy grande, inmensa. Pero esa amplitud geográfica no se traduce en una amplitud de espacio propio, es decir, que la gente vive "muy junta" a pesar de que en teoría hay espacio de sobra para todos. Los lugares públicos, como bien indica su nombre, son públicos, y la gente aprovecha hasta el último espacio que queda para poder estar en ellos. Un jardín pequeño en un día de sol puede estar abarrotado, con gente que ocupa todo el espacio posible para tumbarse, ya sea para descansar un rato, para leer, escuchar música o tomarse un café. Lo mismo pasa con los bancos. Es muy frecuente ver a gente que no se conoce de nada, comiendo juntos en un banco, quizás tres personas a la vez, sin hablarse, cada uno a la suya. Pero como el banco es de todos... todos lo pueden utilizar. A veces me ha pasado que estoy sentado en un banco y que se sienta alguien a mi lado. Es una sensación muy rara, porque creo que en Valencia es poco habitual que eso pase. Tu banco es tuyo y si otro quiere sentarse que se busque la vida, ¿no? Pero aquí no. Y lo que me llama la atención es que toda esa gente que físicamente comparte un mismo espacio y está muy cerca de las otras personas... en realidad uno no existe para el otro: están muy lejos en lo afectivo. Hay una imagen que se me ha quedado grabada en las cafeterías y es ver a la gente en la barra que da a la calle, apelotonados en los taburetes, con la mirada perdida hacia algún punto.
Cerca y lejos a la vez.
Si esa soledad tiene algún sentido positivo yo no acabo de verlo.

miércoles, 27 de junio de 2007

Las formas desconcertantes de una ciudad veloz


Después de una temporada más o menos larga creo que estoy en condiciones de hablar un poco de la ciudad, de sus ritmos, de su gente, y de todo lo relativo a los que es vivir en una quasi megapolis como es Londres. Estos días he pensado mucho en la ciudad, en lo que me ofrece y en como la vivo... y he llegado a la conclusión de que no me gusta. Así de claro. Pero me explico.
Londres es una ciudad fascinante en algunos aspectos. Siempre puedes hacer algo, la vida cultural y de ocio es inmensa, siempre puedes hacer algo diferente... pero hay algo contradictorio en ese dinamismo. La ciudad parece que va más rápido que sus propios habitantes, nunca para... y seguir ese ritmo es imposible. Hay tanto y al mismo tiempo en un espacio tan grande que llega a saturarte la sensación de inabarcabilidad de la ciudad. Me recuerda a las pinturas futuristas de Boccioni o Balla en la que la velocidad y el ritmo frenético del mundo contemporáneo urbano quedaban expresados con líneas multidireccionales y una disolución de la forma. Eso me pasa en algunas zonas de la ciudad, en las que la prisa de la gente y la cantidad de anuncios y cosas que ver hace que, en realidad, no vea nada: sólo recuerdos y ecos de formas saturadas de velocidad.
Pero, por otro lado están los parques. Supongo que una ciudad tan estresante necesita, casi por ley, unos espacios verdes y en silencio en los que compensar lo que he dicho anteriormente. Son lo que más me gusta, sobre todo si hace algo de frío, que hay menos gente... y más silencio.
Por otro lado está el dinero. La ciudad es un cajero automático vivo. Es obscenamente cara. Hasta que no vives aquí no te puedes hacer una idea de lo que supone el tren de vida. Y con un sueldo de becario poco puedo hacer!!! Pero bueno, es una temporada breve lo que voy a estar e intento no pensar en eso!!!

Londorondon

Un blog!! Pues si, cuando me vine pensé que quizás la mejor manera de contar mi experiencia en Londres fuese a través de un blog y no por medio de los típicos correos. Aunque los primeros días tenía la sana intención de acudir periodicamente a la cita con mi diario virtual, la realidad es que no he tenido ganas de intentar entender como se crea un blog. Hasta hoy, más de un mes y medio después, que me he decidido a contar algo. Espero tener la constancia de contar algo de vez en cuando.