sábado, 17 de mayo de 2008

Willy el Tuerto


Si hay un arte que es representativo de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI es, sin duda, el cine. Lo del arte contemporáneo es, en muchos casos, una patraña, hasta el punto de que me pregunto si el arte contemporáneo es realmente todo el tinglado que está montado en torno a eso que llaman arte. Además es un arte ininteligible salvo para aquellos especialistas que son capaces de abstraer el entendimiento para entender el significado de un tiburón disecado en formol y expuesto en una vitrina.
Si de algo puede presumir el cine (entre muchas cosas) es que es un arte inteligible y que cuenta con un público fiel y asiduo que consume las producciones que desde los talleres y obradores del celuloide se les presenta. Y aquí el público si que tiene una cultura visual que muchos de los espectadores u observadores del arte abstracto ya quisieran tener como bagaje cultural. Podrá haber películas buenas o malas, de igual modo que hubo pintores excelentes y arquitectos mediocres. Pero todos “vivimos” en una arquitectura, decoramos nuestras paredes con imágenes significativas para nosotros y consumimos, ya sea en la butaca del cine o en el DVD, un tipo de arte que precisamente logró lo que las Bellas Artes han tratado de reflejar en múltiples “ismos” y escuelas que se sucedían: capturar el tiempo y el espacio. El montaje de sucesivos fotogramas permitió condensar lo que la pintura no conseguirá jamás: representar el movimiento. Y los efectos especiales han logrado inculcar en los espectadores lo que verdaderamente es un “trampantojo”, una trampa para los ojos, provocar una sensación de engaño y duda ante lo que se está viendo. Hemos visto destruir la Casa Blanca en “Independence day” con tanta realidad que el 11 de septiembre creo que todos llegamos a dudar en algún momento si la destrucción del “World Trade Center” no la habíamos visto ya en otras tantas películas. Sólo faltaba Bruce Willis o quizás Superman... si, faltaba Superman.
Sobre todo creo que el cine cuenta con una gran ventaja respecto a otros tipos de arte. Y es que es una arte muy vinculado a la memoria y el recuerdo. Un película nos puede fascinar tanto que la podemos ver las veces que queramos que no nos cansaremos. Nos acordamos de las películas, nos enamoramos de las películas, de sus protagonistas, de sus voces, de sus ojos, de sus frases... como si fuera una pintura puesta en movimiento. La diferencia es que la pintura, para ser entendida, necesita de un bagaje cultural amplio e interdisciplinar. Pero el cine casi que no. Si, de acuerdo, la “Nouvelle Vague” o el Dogma pueden tener unas normas o características propias... pero uno sabe distinguir nada más empezar una película quienes son los buenos y quienes son los malos. El cine nos ha aportado una cultura visual de la que ignoramos muchas veces sus límites... y que nos sorprende cuando en riguroso directo vimos caer (o quizás el cine ya nos había advertido que eso podía pasar) una gigantescas torres que, sin haber estado en Nueva York, sabíamos que eran de allí. Intuíamos como iba a ser el desastre, lo habíamos visto cientos de veces, la nube de polvo, el ruido, las ruinas... Simplemente, cultura visual.
Pero, volviendo al recuerdo, el cine nos marca y nos acompaña toda la vida. Y en mi caso, si hay una película que me ha marcado profundamente y que se merece unas líneas aquí es, sin duda, “Los Goonies”. No “recuerdo” la edad que tenía la primera vez que la vi, pero si que “recuerdo” las decenas de veces que la he visto. Y en cada visionado he vuelto a “recordar” las sensaciones que tenía cuando de pequeño envidiaba a Mike, Bocazas, Data o Gordi por ir detrás de alguien tan fascinante como Willy el Tuerto. Los goonies me enseñaron a soñar con aventuras de sábado por la tarde en ciudades en las “nunca pasa nada divertido”. Y Cyndi Lauper... no sería lo mismo la película sin esa canción que cada vez que la escucho me asaltan a la mente los Fratelli, el asma de Mike, los agujeros de bala, Chester Copperpot o la playa de Astoria.
No sé que tiene la película esa que siempre tengo ganas de verla. Quizás sea porque el verla me trae muchos recuerdos... la memoria se pone en funcionamiento y vuelven a la luz las ilusiones de adolescente. El cine como ventana del recuerdo, como ventana para las ilusiones y las ensoñaciones. Nadie “recuerda” una pintura que ha visto en un museo con tanta fascinación como “recuerda” una película. Quizás la razón está en que el cine es el verdadero arte capaz de exaltar nuestras pasiones... pero quizás porque el cine es el verdadero arte del recuerdo. Recordar significa “volver a pasar por el corazón”, por lo que el cine está en las mejores condiciones para pasar por nuestros corazones con una fuerza inusitada. “Los Goonies” son mi película del recuerdo, mi película en el corazón. Recuerdo sus diálogos, sus voces, sus caras, sus ropas, sus emociones... lo recuerdo, lo tengo en el corazón, me vuelven a pasar por el corazón. Y sobre todo recuerdo, tengo en el corazón, esta frase: “El rufián que intentare descifrar el contenido de este mapa, pagará su osadía con la más terrible de las muertes”.

Post scriptum: Superman, que no pudo hacer nada ante la caída de las Torres Gemelas, si que ayudó a los goonies en su lucha contra los Fratelli... ¿os acordáis cómo?

3 comentarios:

Unknown dijo...

Yo sí!, Superman es Slot o Sloth o como se llame, cuando los salva de las garras de los Fratelli en el barco pirata!
Enhorabuena por este genial repaso al recuerdo y al cine, y a los goonies, que compartimos tantas veces juntos.

carmen dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
carmen dijo...

Goonies are good enough!!!

http://es.youtube.com/watch?v=npeiSmX5Djs