jueves, 12 de junio de 2008

La terrible hora sexta


Los monasterios medievales se organizaban en función de un orden temporal marcado por el propio curso del sol. La austera y dura vida monacal se desarrollaba entre las 2 ó 3 de la madrugada, con los “Maitines”, hasta la puesta del sol a eso de las cuatro de la tarde. El monje se acostaba con la puesta del sol, lo que en algunas latitudes y especialmente en invierno podía ocurrir a las cuatro de la tarde. Con ese horario lo habitual era comer al mediodía, a eso de las 11 ó 12. A partir de esa hora empezaba lo que en el calendario medieval se conocía como la hora sexta, el momento del mediodía posterior al almuerzo o comida. Ese era el momento más peligroso de la vida del monje. Era el momento en el que la pereza se apoderaba de él y le invadía un profundo sueño que los teólogos medievales asociaron con el pecado mortal de la pereza, la Acedía. En esa hora sexta el monje sentía una profunda pesadez en el alma, una torpeza de espíritu que era aprovechado por los demonios del mediodía para provocarle una desgana general en todo su cuerpo que le alejaba de Dios y de sus oraciones diarias. La tentación de no hacer nada, el “dolce far niente”.
No hace falta decir que ese es el origen de la palabra “siesta”, una derivación de la hora “sexta”, de la hora en la que el cuerpo es poseído por esas fuerzas demoníacas que invitan a no hacer absolutamente nada, a cerrar los ojos y a dormir perezosamente.
Aquí en el Warburg no dejo de experimentar esa pesadez del alma después de cada comida, a eso de la una y media de la tarde, cuando ya he comido y regreso a mi “scriptorium” a seguir con la tesis. Me siento frente a la mesa, con toda la tarde por delante, solitario en mi trabajo... y empiezo a ver revolotear a mi lado esos demonios que me dicen que duerma, que me cierran los ojos, que me impiden leer. Pesadez de espíritu, cansancio... suelen ser más fuertes y numerosos que mi fe en la tesis. Me siento perezoso.

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